Estuve más de un día, y más de dos, buscando una mochila que me gustara, que fuera práctica y cómoda para llevar. Tampoco quería gastarme mucho dinero porque parece ser que los hombres se gastan más dinero que ninguno de los otros grupos a la hora de comprarse una mochila para el ordenador. Miré tantas páginas y tantas mochilas que no recuerdo la descripción de la mochila que finalmente me compré. Sólo sé que es negra con la cremallera azul claro, es cómoda y práctica para llevar.
Me enfadé y frustré a partes iguales: me enfadé porque me da igual que mi mochila sea para hombres, para mujeres, para adolescentes o para niños (es mía y punto) y me frustré porque no entiendo esa obsesión por asignar ciertos colores, materiales, utensilios y demás a personas de una edad determinada o de un sexo determinado.
Siempre he tenido esa discusión con mi madre por ponerme ropa de "chico" o collares de "invierno" (sí, sí, collares). La ropa de "chico" tiene un pase porque es cierto que las tallas en un hombre no son las mismas que en una mujer pese a que las unidades medida utilizadas en uno y otro sean las mismas. Entiendo que en función de los materiales con los que se haya hecho la ropa, esta cederá o no, pero la talla sigue siendo la misma. Mi madre siempre me ha dicho que no soy lo suficientemente femenina, algo de lo que me siento orgullosa, porque, según ella, no me "saco partido". A lo largo de mi vida he tenido cierta presión por parte de mi madre a la hora de vestirme porque siempre he preferido estar cómoda a estar "femenina". Pero creo que después de 24 años se ha dado cuenta de que no tiene nada que hacer conmigo.
En cierto sentido la llego a entender porque sus experiencias le han hecho ser como es y tener el concepto que tiene de lo que implica ser una mujer. Me siento muy orgullosa de ser una mujer aunque haya pasado por ciertas experiencias por el hecho de ser una mujer, pero he aprendido a que el hecho de vestir de una determinada manera, pensar de una manera un tanto distinta no me hace dejar de ser lo que soy.
A una mujer no le hace falta enseñar su físico para demostrar que vale, ni a un hombre aparentar que nada le afecta. El hecho de que hayamos aprendido, por presión social, que algo es lo "correcto y deseable" no implica que siempre se cumpla.
Recuerdo que en las prácticas de este año, durante un examen un niño se puso a llorar porque no le salía una división. Me encantó lo que pasó. Lógicamente no me gustó que el niño se pusiera a llorar, sino el hecho de ser capaz de expresar sus sentimientos sin miedo a lo que los demás sientan y más por ser un niño. Al menos yo, tengo la sensación de ver raro que un hombre llore en público porque en muchas ocasiones el hecho de llorar se relaciona con la debilidad. Pero eso no deja de ser una convicción social, es decir, algo que la sociedad tiene asumida que ocurra pero de la que no tiene experiencia sensorial para demostrar. Que no lo haya visto no quiere decir que no exista o pueda existir.
Hace un año, mientras daba clases particulares con la niña, me di cuenta que cuando buscaba un juego online, al principio evitaba aquellos enlaces donde se ofrecían juegos de niños y juegos de niñas. Pero al cabo del tiempo buscaba y jugaba exclusivamente a aquellos juegos de niñas que antes pasaba desapercibido para ella. No entendí el cambio, aunque intuía que podía deberse al ámbito social que le rodeaba, pero tras varios meses volvió a cambiar jugando a todo tipo de juegos.
Siempre dejamos tiempo para descansar y desconectar, sobre todo en las sesiones de dos horas, y durante ese tiempo tanto ella como yo nos olvidamos de lo que estábamos haciendo antes y lo que vamos a hacer después para hablar, lo que, en gran medida, a favorecido que tengamos la relación que tenemos más allá de lo estrictamente académico. En esos espacios, he podido observar lo que hacía, para qué lo hacía y por qué lo hacía, y lo cierto es que ha sido de lo más estimulante para mí.
El hecho de ver en ella el proceso de cambio me sirvió para entender mi propio cambio en aquellas situaciones en las que me identificaba con lo que estaba sintiendo, experimentando y vivenciando.
Ayer una amiga me dijo que para el año que viene había oposiciones en la Comunidad de Madrid y me preguntó si me iba a presentar. Sin pensarlo ni una vez contesté que no. Desde que empecé la carrera tengo muchas dudas acerca de mi futuro laboral. Tengo experiencia como profesora de Primaria y este año espero tenerla en el contexto de Secundaria, aunque no como profesora. Sé que no tengo la suficiente como descartar esas opciones y no realizar las oposiciones. Pero por el momento sé que eso no lo quiero.
No sé lo que es dar clase en la universidad, algo que desde segundo de carrera tenía claro hasta hace unos meses, pero sé que es lo que me gusta. Soy consciente que el hecho de tener tan claro lo que quiero me limita a la hora de formarme y quizá cierre puertas sin tener tiempo de abrirlas de par en par.
Tengo la creencia de que mi manera de dar clase con cuerda más con la docencia universitaria donde no es tan importante lo que haces o lo que vas a hacer, sino cómo lo haces. Dos asignaturas de la carrera me ayudaron a tomar esa decisión, precisamente aquellas que más se diferenciaban del resto porque no se centraban en lo que se hacía, sino en el cómo, el para qué y el por qué hacíamos lo que hacíamos, es decir, dar sentido a lo que se hacía sin asumir nada. Para mí esa es la base de la educación, que reconozco es más fácil de explicar que de llevar a la práctica.
Es mentira que no tenga experiencia como profesora de secundaria y de universidad, incluso de infantil, porque tal y como yo entiendo la docencia tengo experiencia como alumna de los distintos niveles educativos por los que he pasado y eso en sí en una experiencia en la que basar mi aprendizaje como profesora.
No sé si estaré en lo cierto o no, si estaré tomando la decisión correcta, pero no hay otra manera de comprobarlo que ir con mi nueva mochila a clase.