Cuando empecé la carrera, mi mayor miedo era dar clase por muchas razones: nunca lo había hecho (mentira, sí que lo había hecho pero no era consciente de lo que estaba haciendo, no me sentía "profesora"), no estaba preparada para hacerme cargo de una clase (y dudo que ahora mismo lo esté) y, sobre todo, no sabía si me iba a gustar o no, si me iba a encontrar bien conmigo misma, si me iba a servir para crecer personalmente o simplemente lo hacía porque los demás pensaban que sería "buena" en la profesión.
Había dado clases a compañeros del instituto pero para mí eso era muy diferente a dar clases, al concepto que tenía de ser profesora. Daba clases particulares pero no era la profesora. No me sentía como tal porque entendía que la figura del profesor estaba por encima de la del alumno. Y en ese momento no era una profesora sino que era una alumna.
Una de las cosas que tenía claras desde el principio era que sabía a quien quería parecerme y a quien no. Pero no sabía cómo hacerlo. En el colegio me encantaba ir a clase y en el instituto lo odiaba. ¿Qué elementos hacían diferentes mi percepción de los profesores? ¿Eran ellos o era yo?
En el instituto no sabía nada de pedagogía, ni de psicología que me permitiera saber si tenía buenos profesores o no, o eso pensaba. Mi criterio para saber si eran buenos o malos estaba condicionado principalmente por mis notas y después por la relación que ese profesor tuviese con los alumnos en general y conmigo en particular.
A partir de 2º de la ESO, empecé a suspender asignaturas y eso condicionó mi relación con los profesores hasta tal punto que comencé a no ir a algunas de sus clases. Supongo que las hormonas estaban haciendo de las suyas en aquella época, algo de lo que no me arrepiento. Pero conforme iba creciendo me di cuenta que a la única que influía eso, al menos de manera directa, era a mí. No me gustaban ciertas clases y no iba, sacaba peores notas y me enfadaba, curiosamente, con el profesor de turno.
Ahora que pienso no entiendo qué se me pasó por la cabeza cuando puse como única opción hacer Magisterio. Supongo que las hormonas también tuvieron algo que ver.
Cuatro años después no me imagino que hubiese sido de mí sin la docencia. Y gran parte de la culpa la tiene mi niña.
Desde que estoy en la carrera he dado muchas veces clase y algunas de esas personas son amigos míos pero nadie se puede comparar con ella. No sé si es por ella o es por mí, si es la conexión que tenemos o todo lo que aprendemos la una de la otra pero sus clases son imprescindibles.
Ayer, después de dos semanas, volvimos a vernos después de un descanso de vacaciones. Al principio me pasaba más pero hacía tiempo que no sentía ese nerviosismo por empezar la clase. En las prácticas que he hecho en los colegios siempre me he puesto muy nerviosa cuando iba a explicar algo, sobre todo en grupos grandes. Me gusta esa sensación porque significa que estoy perdiendo el miedo a hablar en público.
No soy de mucho hablar, aunque cuando estoy enfadada no hay quien me pare, y por eso le doy tanta importancia al saber escuchar, a dejar tiempos para reflexionar y hacer preguntas, algo que sin duda es necesario.
En cuanto a lo de "buena" o "mala" es solo una etiqueta y no le doy mayor importancia, aunque me han preguntado más de una vez los niños si soy buena. Nunca sé que responder porque hay cosas que hago "bien" y otras que las hago "mal" pero eso no me convierte en "buena" o "mala". Por ejemplo, tengo la manía de quitar cosas a los niños cuando están jugando o molestando a otros. El año pasado, mientras la profesora explicaba, uno de los niños estaba jugando con la botella de agua y molestaba al resto. Así que le cogí la botella. En ese momento, para él, fui la peor profesora del mundo y con razón. Al cabo de un rato se la devolví y por miedo a que se la volviera a quitar la guardó.
Después de la sesión de ayer, recibí varios correos suyos y con uno de ellos no pude contener la risa. El primer correo fue muy bonito porque me agradecía todo lo que le había enseñado en la sesión de ayer y el segundo eran fotos de cosas que me gustaban, entre las que se encontraba esta:
Hace unos meses, en uno de nuestros descansos, estuvimos viendo un puzle de la saga donde aparecían muchos de los personajes. Entre su curiosidad y mi fanatismo, le conté la historia un poco por encima. El hecho de ver esta foto entre todas las demás me llamó la atención y me recordó a un profesor al que más de una vez le he regalado algo de la saga.
De hecho, empecé a valorar más la labor docente desde que doy clases con la niña. Siempre que le enseño o le ayudo en algo me da las gracias y cada cierto tiempo me hace un dibujo, un collages o un correo.
Muchas veces creo que ella es la profesora y yo su aprendiz.
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