La docencia no deja de sorprenderme y espero que lo siga haciendo por muchos años. Es cierto que cada año de carrera aprendí distintos contenidos conceptuales, actitudinales y procedimentales, distintas maneras de entender la relación entre alumno-profesor, las distintas facetas o roles profesionales que conlleva ser profesor, maneras de afrontar situaciones disruptivas tanto con alumnos como compañeros de trabajo y la influencia que tiene el contexto, el lugar y el tiempo en el que ocurren, la forma en la que se interpreta y considera el trabajo que cada uno realiza, es decir, lo que forma parte de su trabajo y lo que no, lo que antes sí se incluía puede que ahora no se incluya y viceversa y eso implica cierto margen de maniobra o no en la docencia, y en cualquier profesión.
Hay veces que realizas tu trabajo porque te sientes en la obligación de hacerlo pero no es el trabajo que te gustaría hacer, otras veces porque te gusta lo que haces y no lo ves como una obligación sino como algo que deseas hacer incluso hay otras veces que no es ninguna de las dos opciones porque existen matices en cada una de ellas. No todo es blanco o negro, no es todo o nada, sobre todo en ese ejemplo porque lo que importa eres tú.
A nivel personal, y siendo consciente de la influencia familiar y social que tiene para mí el concepto de trabajo, tal y como entiendo la docencia ahora mismo, de manera muy distinta a cómo la entendía antes, durante y después de la carrera, no considero que mi trabajo sea de profesora. Soy profesora pero no trabajo como profesora.
Para mí el trabajo contiene una connotación negativa en cuanto a que lo relaciono con la obligación de hacer algo que no quiero aun sabiendo que voy a salir beneficiada. Trabajar implica recibir un salario, en el mejor de los casos. Yo no trabajo de esa manera. No como profesora al menos.
Ser profesora me ha permitido darme cuenta de cómo entiendo yo mi trabajo, que no depende exclusivamente de mi progreso y mi proceso sino también el de mis alumnos, el de los profesores que me han ayudado a entender la docencia desde otro punto de vista y el de otras personas que han sido importantes para mí en otros ámbitos de mi vida.
Pero sin duda el aprendizaje más valioso que he aprendido tanto directa como indirectamente es que nunca doy dos clases iguales. Uno de mis mayores miedos al iniciar la carrera de magisterio era que consideraba que la profesión de profesor se caracterizaba por ser rutinaria y estática, visto desde fuera o desde la vista de alumna. Los contenidos eran los mismos, el centro era el mismo, los compañeros y los alumnos variaban pero no había grandes diferencias en cuanto a su manera de afrontar su trabajo. Lo veía fácil y sin mucho sentido por ser repetitivo. ¡Qué ilusa era!
Ese aspecto es el que más me gusta de la docencia, esa variedad de matices que hay entre lo que soy capaz de controlar y la incertidumbre, entre lo que sé y lo que puedo llegar a saber, entre lo que soy y lo que puedo llegar a ser, entre lo que quiero y lo que puedo llegar a querer... Sé la profesora que soy, que quiero y que sabe ahora y sé la profesora que quiero llegar a saber, lo que quiero llegar a saber en este momento, pero también sé que no va a ser lo mismo que quiera ser y saber en unos años porque yo voy a ser distinta a la que soy ahora, mi experiencia va a ser distinta a la de ahora, lo que sé y lo que desconozco va a variar. Ahí reside la fortaleza de ser profesora, al menos para mí.
Si lo que me hace ser profesora ahora mismo, que es respetar los procesos de aprendizaje atendiendo a las necesidades específicas de cada uno, lo hago de la misma manera a lo largo de mi carrera profesional, sabré que algo he hecho mal, no lo he llegado a comprender o no tengo los suficientes recursos como para hacerlo de otra manera. Puede que los tenga pero que no los sepa utilizar o no quiera utilizarlos.
Si de algo me he dado cuenta estos meses, es que mi formación profesional empezó hace 5 años, no sé si al mismo tiempo que mi carrera profesional, pero ahora no entendería ambos procesos de manera aislada. Haga lo que haga, me dedique a lo que me dedique el aprendizaje y el desarrollo profesional y personal son procesos dinámicos que siempre me van a acompañar.
Me encanta la docencia porque está llena de matices y de pequeños detalles que marcan la diferencia tanto para un alumno como un profesor. Un mismo hecho se interpreta de maneras muy distintas según la disposición ante la situación, la relación con la otra persona, el momento en el que estés y los procesos paralelos que cada uno de ellos están llevando a cabo.
Siempre me refiero a dos personas en el proceso de aprender porque normalmente doy clases particulares, lo que es una gran limitación a la hora de atender a una clase entera pero que me permiten tener cierta sensibilidad a notar procesos muy sutiles que en una clase de 30 o 100 personas pasan desapercibidos. O al menos pierdes información y perspectiva cuando tienes más alumnos que cuando tienes uno o dos solamente.
Este año recuerdo especialmente dos experiencias similares donde yo era alumna y profesora. Ambas situaciones las viví en un corto periodo de tiempo en la que tenía mucho estrés por tener que compaginar las clases particulares y el final de las clases del máster, todo ello acompañado del estrés de los meses anteriores. Eran dos momentos distintos de evaluación de unas sesiones en cada uno de los contextos de clases particulares y de clases de máster.
La evaluación de las sesiones de las clases particulares es uno de los momentos clave, sobre todo por el momento en el que elijo hacerlas y cómo las hago. Evalúo a la vez que me evalúan pero no cuantitativamente. Lo que me permite conectar con los alumnos de otra manera y poder contrastar con ellos cómo han ido las clases particulares no en función de los resultados obtenidos, sino en función de nosotros mismos. Tener un espacio y un tiempo para hablar de las propias sesiones, de cómo hemos ido realizando las clases condicionado principalmente por épocas de exámenes o trabajos u otros aspectos que hayan podido influir en cómo hemos trabajado y compartirlo.
Desde mi experiencia es algo que empecé a hacer de manera más o menos improvisada pero que me gustó mucho hacer en vivo y en directo porque como alumna no he tenido muchas oportunidades de hacerlo y creo que el hecho de compartir los procesos que ocurren simultáneamente y comprobar lo que uno pueda pensar del otro es positivo para la relación entre ambos.
Y así fue hace un par de semanas. El chico no quería dar clases particulares y eso lo notaba por lo que decidí hablar sobre eso en la sesión. Al principio lo negó pero luego reconoció que era por su bien.
En cambio, la segunda evaluación de una de las últimas sesiones de una asignatura del máster fue distinta por dos motivos: no me resultó tan desafiante como las sesiones previas, por lo que la evalué con puntuaciones bajas, y porque generé un cambio que no quería en mi profesor, porque no se esperaba que mi evaluación fuera así.
Para mí esa sesión fue distinta a las demás, al igual que para mi profesor, pero desde mi punto de vista fue mucho más sencilla porque estoy acostumbrada a percibir lo que entendí que él quería enseñarnos ese día, motivo por el cual mi evaluación fue la que fue. Es curioso porque mi profesor no suele explicitar ese tipo de cuestiones, lo que no deja de ser algo significativo, y me llamó la atención que en ese momento sí que lo hiciera y en las otras sesiones donde había puntuado alto en ese mismo cuestionario a las sesiones previas que para mí habían sido más densas que esa. ¿Por qué en las otras sesiones no lo había considerado importante y en esa sí?
Estos son algunos de los misterios de la docencia que me encantan...