El domingo, después de comer, estaba haciendo zapping hasta que encontré la película de Disney de "Hércules". Aunque ya estaba empezada, la vi hasta que terminó. Siempre leo o veo algo relacionado con la mitología griega me acuerdo de mi profesora de Filosofía de Bachillerato. Era un recurso que utilizaba mucho para poder explicarnos la manera y los motivos por los cuales los autores de la Grecia clásica presentaban ese pensamiento. El caso es que viendo a Hércules me acordé de Edipo.
Pese a que los dos pertenecen a la mitología griega clásica, lo cierto es que los dos no pueden ser más diferentes. Son diferentes porque sus historias son diferentes, porque sus expectativas de vida son diferentes y porque sus experiencias son diferentes.
Mientras que Edipo tiene un destino definido que se va a cumplir, aunque haga lo imposible para que no ocurra, Hércules aparentemente parece que se adueña de su vida porque aunque tenga un destino definido lo desconoce. ¿Qué hubiese sido de Hércules si supiese lo que iba a ocurrir? ¿Qué le hubiese pasado a Edipo si no lo hubiese sabido?
Intentado responder a esas preguntas, me di cuenta que muchas veces me encuentro en ese dilema: ¿qué hubiera sido de mí sin la universidad? y ¿qué sería de mi si supiera cuál va a ser mi destino?
Para responder a la primera pregunta, me valió con revisar lo que hicimos la semana pasada en Orientación académica y profesional (OAP) y para responder a la segunda me sirve lo que dimos el jueves en Principios de la Psicología Social (PPS). En la primera aprendes en base a tu experiencia y en la segunda aprendes en relación a tus influencias contextuales (sociedad y cultura).
Para mí, la gran diferencia entre las dos asignaturas residen precisamente en la experiencia. La cultura es un gran condicionante social, al igual que la sociedad, pero creo que no tiene sentido de hablar de cultura ni sociedad sin tener en cuenta la experiencia.
Aunque la cultura y la sociedad no son procesos estáticos, sí que hay una tendencia a pensar que son heterogéneas e inmutables. Por ejemplo, no cabe duda que las culturas occidentales son muy diferentes a las culturas orientales pero justamente porque vivimos en sociedad y eso implica necesariamente movimiento cultural, no se pueden considerar culturas puras.
Además, una de las ventajas que presenta la experiencia es que el concepto que cada uno tenemos de cultura cambia. He crecido dentro de la cultura occidental, más concretamente en la europea, en una zona donde el contacto entre la occidental y la oriental es más significativa por la escasa distancia entre España y Marruecos. Para ser exactos la distancia es muy pequeña, vista desde un avión.
Esa distancia, que tiene un valor de unos 20 km, varía de una persona a otra en función de la concepción que tengan sobre la cultura, la capacidad que tengan de diferenciarse de la propia cultura, la concepción que tengan de la otra cultura (vínculos emocionales y personales) y la manera en la que se relacionen con miembros de la propia cultura y de la ajena. Y eso solo te lo proporciona tu experiencia subjetiva.
No sólo existe contacto social sino biológico: soy morena de ojos marrones y no puedo hacer como que no lo soy. Tengo muy claro que soy lo que soy porque mi cultura tiene implícitas una serie de valores, creencias y concepciones contextualizadas e influidas por otras culturas y por eso tenga la capacidad de diferenciarme de mi propia cultura y considerarla como un proceso complejo que ha necesitado tiempo para ser lo que es hoy en día y que no será la misma de aquí a unos años. La cultura va a cambiar lo quiera o no lo quiera yo, el hecho de notar el cambio, o querer notarlo, es otra cosa porque depende de cada uno.
Uno de los motivos por los que no me gustó la clase de PPS, era que cada cultura (hay tres grandes culturas: EEUU, Europa y Oriente) tiene implícitos una serie de estereotipos asignados de tal manera que los primeros dan más importancia al individuo y los terceros lo dan al grupo. Los segundos estarían en un punto intermedio pero más influenciados por la cultura individualista.
Para comprobarlo, hicimos un ejercicio que consistía en puntuar del 0 al 10 la importancia que tu sociedad le da a los anuncios a la hora de comprar y la que tiene para ti.En mi caso, la primera puntuación fue mucho más grande que la segunda. Este es el fenómeno que se conoce como efecto tercera persona, es decir, la percepción de que ciertas cosas le afectan más al resto de la población que a uno mismo.
Mi enfado vino porque no estaba de acuerdo con ese fenómeno porque eso implica que no existen diferencias individuales y que todos estamos "programados" para pensar lo mismo. Si fuese así, no tendría sentido hablar de culturaS. Considero que es igual de importante saber tomar distancia entre tu cultura y tu percepción subjetiva de la cultura a la que perteneces como respetar las concepciones que los miembros de tu cultura tienen sobre ella.
No me siento menos española porque no me gusten los toros ni me siento más española porque me guste la paella. También me gusta pintar mandalas, hacer cerámica, hice kárate de pequeña, no me gusta el fútbol y tengo dos hermanos y ninguna de esas cosas implican que me sienta más o menos identificada con mi cultura de origen.
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