sábado, 15 de abril de 2017

Conversaciones inconclusas



Hace un par de semanas, mi padre quiso hablar conmigo. Hablar habló largo y tendido, de eso no tengo la menor duda. Lo que no sé es qué pretendía con esa conversación, o lo que él estaba entiendo como una conversación.

La "conversación" empezó porque en un programa de televisión estaban hablando sobre la educación, más concretamente en cómo aprenden los alumnos. O al menos esa era la información que tenía de partida. Una de las personas que hablaban sobre el tema era un profesor de Matemáticas de una universidad y una cómica que se había formado como profesora y tenía familiares que se dedicaban a la docencia.

El argumento que defendió el profesor de Matemáticas es que para que los alumnos aprendan algo deben esforzarse, ya que sin esfuerzo no hay recompensa. Mi padre apoyó aferrimamente este comentario porque estaba dando por sentado primero que la premisa era cierta y segundo que la recompensa era aprobar. Lógicamente, para él, aprobar es una consecuencia de estudiar y esforzarse. 

Como pensé que era una conversación, le dije que esa frase parte de un planteamiento educativo, a lo que él me respondió que nadie puede aprender nada sin estudiar ni esforzarse y que no le dijera nada que él no comprendiera.

En ese momento, me di cuenta de varias cosas: ya comprendí porque estaba de acuerdo con ese planteamiento y realmente no quería hablar, sino convencerme de que estaba en lo cierto él y equivocada yo pese a no querer escuchar mis argumentos. 

Su argumento "irrefutable" era que la educación no ha cambiado porque sólo hay una manera de aprender. Lo que me llegó a cuestionarme qué se piensa que he estado haciendo durante estos casi 3 años que llevo con la investigación en el ámbito educativo y en mi periodo de formación como profesora de más de 4 años. 

Entiendo que lo perciba así porque él apenas estuvo 10 años en el colegio y salió del sistema educativo sobre el año 1973. En esos años, la escuela era muy diferente a la actual y desde su punto de vista comprendo que tenga sentido el argumento de quien no estudiar ni se esfuerza no aprueba y que sólo se aprende de una determinada manera.

Mi padre con 14 años empezó siendo aprendiz de un sastre y le pregunté cómo había aprendido a coser, a hacer patrones, a hacer marcadas, a diferenciar entre los distintos tipos de telas y colores que hay y que tuvo que aprender para convertirse en quien es actualmente. Eso lo tuvo que aprender pero no a través de un libro ni en el contexto escolar.

Pero ese argumento no le convenció porque, según él, yo le estaba llevando a mi terreno. En ningún momento le dije que ese planteamiento estuviera mal, sólo le dije que era un punto de vista diferente al que tengo yo como profesora. 

Me resultó curioso que quisiera mantener una conversación conmigo pero ni siquiera se esforzara por saber mi opinión.  De ahí que no entendiera  que estábamos manteniendo una conversación. No sé si eso tenía que ver con que rebatiera su punto de vista, que no estuviera de acuerdo con lo que decía o que le molestase que pudiera tener razón en lo que estaba diciendo.

Una de las ventajas que tenemos la mayoría de nosotros es que hemos recibido una formación académica, sea del nivel que sea. Podría decirse que hemos sido alumnos. Y tenemos experiencias directas e indirectas de lo que es la educación, al menos desde nuestra postura como alumnos. 

Otros también hemos recibido formación como profesores de distintos niveles educativos, algo que mejor o peor nos proporciona una visión diferente de lo que implica ser profesor tanto dentro como fuera del centro educativo y que nos identifica como docentes. 

Incluso se puede realizar una formación para los formadores de los profesores de las distintas etapas educativas, para lo que se necesita adquirir y desarrollar cierta complejidad cognitiva, social, emocional, psicológica e intelectual, al igual que en las anteriores formaciones. 

Gracias a esa formación que recibimos los profesores, damos sentido a lo que hacemos, cómo lo hacemos y los motivos que nos llevan a ello. La docencia no es fácil, de igual forma que tampoco lo es aprender ni mucho menos enseñar.

Constantemente estamos aprendiendo aunque no siempre seamos conscientes de ello. Podemos darle un sentido u otro, pero no podemos renunciar a aprender a lo largo de la vida. 

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