sábado, 14 de julio de 2018

A la deriva



Siempre disfruto las clases. En mayor o menor medida pero lo hago. Reconozco que disfruto más si soy yo quien da la clase, no sé si es porque estoy acostumbrada a asumir ese rol y atiendo a un tipo de procesos que no incluyo cuando asumo el rol de alumna, o al menos no de manera tan explícita, o porque cuando soy alumna tiendo a evadirme cognitivamente de la clase en sí.


Cuando soy profesora no me evado tan fácilmente, o intento no hacerlo. No me preocupa en exceso que no tenga tiempo a dar el contenido que me gustaría o que me planteo. No soy muy de planes, aunque creo que es importante la secuencia de las sesiones. Una secuencia que no tiene porqué coincidir con la secuencia que se plantean los alumnos sobre su aprendizaje. De hecho, este proceso que puede entenderse como una consecución de tareas, para mí, es una de las clave en el aprendizaje. No realizar las tareas sino relacionarlas. 



Justamente esa es una de mis inquietudes que siempre me planteo cuando me preparo las clases. No entiendo los conocimientos de las clases, ni de las asignaturas, ni del ámbito académico, ni del escolar, ni del intelectual, ni del cognitivo como cajones aislados, sino como una red de conocimientos interconectados. Otra de las claves en el aprendizaje tiene que ver con aprovechar lo que ya se sabe. Para mí, el aprendizaje no es un proceso aleatorio ni aislado, no surge de la nada, no surge sin que se haga algo activamente para que ocurra. Para aprender algo necesitas cierto grado de implicación en el proceso, no es algo que te viene dado, sino que conlleva cierta participación por parte del que aprende. No es que yo aprenda algo es que estoy haciendo algo activamente para aprender.



Ese algo es mi tercera inquietud y es el motor del aprendizaje, al menos del mío. Al menos tal y como entiendo yo el aprendizaje. Me da igual el contenido, me da igual lo que quiera aprender, que lo necesite, que lo busque, que lo anhele... Ese algo para mí tiene que ver con la curiosidad, con la motivación y con el interés. Ese algo puede ser más o menos material, volátil, efímero, inefable, pero siempre hay algo que te incita a iniciar un aprendizaje. O al menos a mí me lo parece.



Pero creo que mi visión del aprendizaje me plantea muchas cuestiones en cuanto a lo que demando en las clases a mis alumnos y a mí misma. Considero que si tanto ellos como yo salimos igual de una clase que como hemos entrado, la clase no ha merecido la pena. Quizá en una clase es un periodo de tiempo muy corto par saber si ha merecido la pena o no. Merecido la pena en términos de aprendizaje. En mi caso, muy pocas veces he salido de una clase como profesora teniendo la sensación de que no he aprendido. Pero tanto como profesora como como alumna sí que he sentido desde fuera y desde dentro que no han o he aprendido. 



Hay veces que siento que fuerzo el aprendizaje. No sé si forzar es la palabra... Me refiero a que hay veces que tiendo a imponer o a obligar a aprender algo. Y justamente obtengo lo contrario de aprender, es decir, que se lo memoricen. Para mi, el proceso de aprender es mucho más fluído, más natural. Odio la palabra deberes porque se ven y hacen como si fuesen para el profesor: " me ha dicho que tengo que hacer...", "tengo que poner...", "tengo que...". Estoy cansada de escuchar ese tipo de frases que obligan, imponen y generalmente no facilitan el aprendizaje. 





No es lo mismo aprender algo que memorizar algo. Aprender implica comprender y memorizar implica retener. Quizá sea por mi formación como profesora, por mi experiencia como profesora o por mi experiencia como alumna, pero no son incluyentes: aprender no incluye memorizar y memorizar no incluye aprender. Cuántas veces me habré estudiado un tema de historia de memoria y no podía continuar porque no me sabía una palabra. 



Quizá no esté forzando nada, sino imponiendo mi propia manera de aprender y de gestionar mi aprendizaje. El hecho de realizar mi trabajo (aunque no me gusta esa palabra) con personas tan distintas hay veces que me genera mucho estrés y agobio por tratar los mismos temas desde distintos planteamientos en función de las capacidades de cada uno y siento que a veces, generalmente por falta de tiempo o por una mala gestión del tiempo, no me adapto a su propia manera de aprender e impongo la mía, con la que segura trabajando y con la que más agilidad tengo en un corto periodo de tiempo.



Hay veces que me olvido del aprendizaje y prefiero que aprueben el examen, aunque eso impida que aprendan, desde mi punto de vista. Pero a fin de cuentas es lo que ellos quieren, aprobar un examen. He debatido mucho con ellos sobre para qué necesitan aprender ciertos contenidos más allá de para tener un título o aprobar un examen. He podido debatirlo a tres niveles distintos: Primaria, Secundaria y Universidad; y aunque hay diferencias entre ellos a nivel de cómo procesan, organizan y analizan la información, me gusta tener la oportunidad de tratar este tema con ellos. Y  a ellos también les gusta hablar sobre el tema. Esos espacios y esos tiempos son claves para el aprendizaje y para la relación que se establece. 



sábado, 7 de julio de 2018

El diente de león

Sopla el aire, sopla el viento, sopla el tiempo...

Soplar y soplar y soplar... 

Llevaba mucho tiempo sin sentir los momentos previos a publicar un post sin saber justamente sobre lo que quiero escribir. Tantos temas pendientes, tantos temas sin definir, tantos temas de los que querer escribir, tantos y tantos que han ocurrido en tan poco tiempo, o puede ser que el tiempo se me haya hecho pequeño para concentrarlos o grande para analizarlos. 

Hace unas semanas fui a lo que ha sido mi primer congreso en el que compartí el resultado de los tres primeros años de investigación. Aunque siempre pensé que iría con la persona que hizo posible que empezara con la investigación, el hecho de que no estuviera presente físicamente me ayudó a afrontar la presentación de la comunicación de manera diferente. 

Curiosamente, en las exposiciones que he hecho sobre el tema de la investigación siempre ha estado presente, salvo en las entrevistas que he realizado a los profesores. En esos momentos también le tenía presente pero de manera simbólica.

¿Qué lo hizo diferente? Creo que fui yo quien lo hizo diferente. No lo creo, lo sé. Lo sé porque uno de los aprendizajes más valiosos que me llevo de haber sido alumna suya en estos casi 6 años es aprender a construir mi propio camino, mi propio sentido y mi propio significado acerca de lo que es ser profesora y persona. No me refiero al hecho de lo que él me ha enseñado o me ha querido enseñar y de la manera que ha querido hacerlo, sino haber desarrollado la capacidad de aprender sobre mi propia manera de aprender y de enseñar mientras aprendía y enseñaba. Para mí, eso va más allá de enseñar un contenido o una habilidad. Incluso más allá de lo que inicialmente consideraba que era ser profesora, un aprendizaje y una enseñanza no centrada en un único momento, en un único lugar, en una única situación, en un único contexto, sino que transciende de él, o al menos te facilita ir más allá de él. 

Algo relativamente fácil de explicar, pero que requiere de capacidad y entrenamiento tanto para el que lo imparte como para el que recibe. Lo más sencillo se vuelve complejo. Facilidad y dificultad unidas. Es difícil hacer fácil lo difícil, sin capacidad para hacerlo y sin entrenamiento suficiente. Es aparentemente sencillo y simple, pero no lo es si no lo practicas, si no desarrollas habilidades para hacerlo. 

La novedad de este año, es que además de mi director de tesis, cuento con un tutor que me ayuda a tener una visión diferente del tema de la tesis. Un visión tan diferente que en algunos casos es casi opuesta a la de mi director pero en muchos casos necesaria. Es muy escéptico y eso, en algunas ocasiones, me ayuda a cuestionarme sobre asuntos que no había tenido en cuenta o enfocar la tesis de otra manera diferente. Es complicado compaginar los puntos de vista de los dos pero necesitaba trabajar con alguien que me proporcionara el tipo de cambios que mi director no me puede proporcionar. 

Uno de mis criterios a la hora de querer trabajar profesionalmente con mi tutor de la tesis justamente fui lo que me había hecho sentir mi director de tesis cuando fui alumna suya. En ambos casos, salía descolocada de las clases de Psicología Social y de Psicología del Desarrollo. Un descoloque tanto con el contenido como con el profesor. Las maneras de plantear las asignaturas son muy distintas pero me generaban la misma sensación de cuestionarme personal y profesionalmente. Aunque estaba en distintos momentos vitales en cada asignatura, la sensación era similar, mucho más intensa en Psicología Social porque mi capacidad de identificar mis propios procesos introspectivos estaban más desarrollados que cuando cursé Psicología del Desarrollo. 

La capacidad que empecé a desarrollar en Psicología del Desarrollo, o al menos empecé a ser consciente de ella, me ha permitido generar cierta sensibilidad a identificar ciertos cambios aunque no sea capaz de definirlos o concretarlos o etiquetarlos, si es que eso tiene sentido. No sé si lo tiene porque aunque no sepa definirlos, soy capaz de trabajar con ellos, intervenir en ellos, incidir en ellos en cierta medida. Trabajo con ellos porque son la base de los procesos de aprendizaje, o al menos una de las claves de su engranaje, pero no sé si son causa o consecuencia del proceso. Sé que participan activamente en él pero no sé el papel que ejercer. O creo que no lo sé. O dudo que lo sepa. 

Uno de los aprendizajes más importantes de este primer año de doctorado, ha sido darme cuenta de las limitaciones que tengo a nivel de formación que no tendría que tener para ser profesora. Me considero profesora, pero en proceso. Un proceso que no termina al obtener un título, ni tener experiencia como profesora, sino un proceso que se autoconstruye, autodefine y autoevalúa a sí mismo en la medida en la que yo me hago partícipe de dicho proceso, me involucro con él y me sitúo en y con él. 

Acorde con esto, esta semana he empezado un curso online sobre Primeros Auxilios Psicológicos y hubo un tema que me llamó la atención. Tratando el tema del duelo, proponían puntos de vista de distintos autores y la diferencia que hacía entre dos, radicaba, según el/la escritor/a, en que uno consideraba proceso de duelo y otro tareas de duelo. La diferencia la marcaba el hecho de que se consideraba que el proceso de duelo era una consecución de fases en las que el tiempo parecía ser el causante de que el proceso alcanzase su objetivo, mientras que las tareas del duelo incluían acciones que se debían hacer para superar el duelo. En cuanto lo leí, pensé "Lo he leído mal". Pero la segunda lectura me ayudó a corroborar mis dudas al respecto. ¿De qué sirve el tiempo en un proceso? ¿Cuánto tiempo? ¿Tiempo para qué? ¿Tiempo por qué? ¿Un proceso no implica tareas? ¿Las tareas no implica un proceso?

Hace unos meses, vi un diente de león y se lo enseñé a mi sobrina. Soplé un poquito para que viera lo que pasaba y le dije que soplara ella. Pero se lo intentó meter a la boca. El segundo intento de soplar el diente de león fue mejor aunque se rió y se asustó un poco cuando volaron los dientes. Bonita metáfora de un experiencia de aprendizaje.

En estos meses, he visto volar muchos dientes de león: algunos los he soplado sola, otras con personas que están cerca, otras con personas que aún estando lejos estaban muy cerca, otras con personas que aún estando cerca estaban muy lejos, otras con personas nuevas, otras simplemente disfrutando del efecto del viento...